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Del tú y yo al nosotros Marcelo Díaz P. Al interior de la familia, a nosotros los adultos, nos toca una doble responsabilidad que nos hace estar permanentemente en oración y dependiendo del Señor. Una tiene que ver con nuestra función como esposos. La otra con nuestra función como padres. En esta ocasión nos abocaremos a la primera. Ser esposo(a) no es una tarea fácil. Todo el entusiasmo inicial, vez tras vez, es probado y perfeccionado al ritmo del ajuste matrimonial. Los nuevos esposos cristianos progresivamente construyen el “nosotros”. Las acciones, el lenguaje, la manera de pensar y de sentir, van seriamente transformándose en el proceso de ser uno. Fijemos la atención en un matrimonio cristiano con varios años, y nos daremos cuenta que en la medida que pasa el tiempo, cada vez se van asemejando más el uno al otro, aún en los aspectos físicos. ¡Qué hermoso misterio, esto de ser uno! El apóstol Pablo, hablando del matrimonio, dice: “Grande es este misterio”, en relación a Cristo y su iglesia, dejando en evidencia que el matrimonio es una expresión de la unidad eterna.(Ef.5:32). Los pronombres en el “Cantar de los cantares” Existen muchos ejemplos en las Escrituras para hablar de la unión matrimonial, pero ninguno como el del “Cantar de los cantares”. Allí se nos revela el desarrollo de la unión y la comunión entre los esposos desde Cristo y la Iglesia. En los primeros capítulos del Cantar, llama la atención que los pronombres empleados son primera y segunda persona singular. (“tú”y “yo”). Los esposos se declaran su amor y sus virtudes pero siempre desde el “tú” y “yo”. Es a partir del capítulo siete que el pronombre utilizado es primera persona plural (“nosotros”). Casi al final del “Cantar” los esposos completan el “nosotros” uniéndose en un mismo sentir. Notemos los verbos empleados: “Salgamos” (7:11a), “moremos” (7:11b), “levantémonos” (7:12a), “veamos” (7:12b), “tenemos” (8:8), “edificaremos” (8:9a) y “guarneceremos” (8:9b). ¡Qué consideración más grande!, ¡qué dependencia!, ¡qué respeto!, ¡qué intimidad! La esposa se siente parte del marido, el marido se siente parte de la amada. Es una abierta invitación a incluirse y a fundirse en el otro. El lenguaje pareciera jugar un papel importante en la unión matrimonial, que de alguna manera refleja la vida interior del corazón. Me pregunto: ¿Cuántos esposos (a), pese a los años , aún viven en el “tú” y “yo”?. ¡Cuidado, nuestro lenguaje nos delata! ¿Te suenan conocidas las siguientes oraciones?: “¡...Tu hijo(a) está pidiendo comida!”, “¡...Ésta es mi casa!”, “¡...Cuidado con mi auto!”, “¡Yo compro lo que quiero, para eso trabajo!”; “...Voy donde mi familia”; “¡...Tu familia es la culpable!”; “¡...En mi casa se hacía de esta manera!” Cuando se integra el “nosotros” no se habla divorciadamente, los esposos(as) cristianos aprenden que detrás de cada acción está el respaldo y la responsabilidad de ambos. Repasemos una vez más los verbos antes señalados: “Salgamos” El primer verbo empleado es “salgamos”. (“Ven, oh amado mío, salgamos al campo”). Es decir, ir desde un punto a otro. Implícitamente está la idea de no anclarse en un lugar, en una posición, en una idea, en una obstinación, en un problema. ¿Cuántos matrimonios viven detenidos por años en un punto del cual no pueden salir? ¿Cuántos afectos comprometidos se alojan en tu relación y te impiden avanzar? ¿Cuántas raíces de amargura te detienen? Noten que el verbo no es “sal” (tú), pues eso te excluiría del otro. Es “salgamos”, por lo que está implícita la necesidad de esperarse, de incluirse en el problema que está afectando y de no avanzar sin el otro. Hermano(a) una parte tuya se queda atrás si tu “sales” sin tu esposa (o) Qué invitación más preciosa la de salir, no en vano la palabra iglesia (ek-klesia) significa “salir hacia fuera”. Salir del mundo, salir del sistema, salir de nosotros mismos para hallarlo a Él. Como nos dice la exhortación: “Salgamos, pues, a Él, fuera del campamento, llevando su vituperio...” (Hb. 13:13). El segundo verbo es “moremos”. (“moremos en las aldeas”). “Rabí, ¿dónde moras?”... le preguntaron los discípulos al Señor. Jesús respondió: “Venid y ved” (Jn. 1:38). La Escritura dice que Jesús no tenía dónde recostar su cabeza.(Mt.8:20). El Hijo moraba permanentemente en la presencia del Padre. Su morada era en el Padre. El estaba en el Padre y el Padre estaba en Él. De igual manera, los esposos viven juntos, crean un espacio físico, psíquico y espiritual, consagrado a y en Cristo. Morar implica asentarse, establecerse para compartir “juntos y en alegría”, como nos señala el salmo 133. “Moremos”, es una invitación práctica para vivenciar la vida del Hijo reflejada en el matrimonio. Por ejemplo, ¿te has preocupado en proveer de un ambiente físico adecuado y privado para estar junto a tu esposa?. En relación a esto, quisiera destacar la importancia que tiene para la relación el hecho de que los esposos vivan “solos”. Es frecuente que en un comienzo del matrimonio la tendencia, por motivos económicos y afectivos, sea vivir con los padres. Pero esto conlleva un riesgo que es mejor evitar. La dirección del nuevo hogar que se inicia tiende a confundirse , las relaciones comienzan a estropearse y en algunos casos los esposos continúan siendo “hijos”, delegando sus responsabilidades en sus padres o suegros. Por lo cual este “moremos” significará también, para los esposos, en lo posible, vivir solos. “Levantémonos” El tercer verbo empleado es “levantémonos”. La Sulamita dice: “Levantémonos de mañana a las viñas...” (Ct. 7:12). Esta pluralidad en la acción podría indicarnos la actitud hacia el trabajo. La labor de sustentar el hogar le corresponde al marido. La Escritura está llena de pasajes que así nos lo enseñan. Ahora, fíjense en la hermosa acción de la esposa, cómo se incluye en el quehacer del marido. Cómo estimula. Qué aliciente más grande es para un varón la compañía de su esposa en la acción de su trabajo. “Lo tuyo es mío, tu esfuerzo es el mío, estamos juntos en esto”. Esta mutualidad en el esfuerzo les hace uno: en consecuencia, el producto de lo ganado será para beneficio de ambos y de todos. Existen también casos en que las esposas, apoyando la responsabilidad del marido, colaboran directamente con un oficio o profesión. En tal situación la tentación de independizarse de la acción del marido puede llegar a ser nefasta y hasta fatal. ¡Cuidado! “Levantémonos” implica: hagámoslo juntos, para un mismo fin, con un mismo propósito, para un mismo fondo. No olvidemos que la tarea divina primordial para las esposas es la crianza de los hijos, sobre todo en los primeros años de vida. Por esta causa, “levantémonos” implicará también sobrevigilar juntos, en forma permanente y en conciencia delante del Señor, sobre todo si esta situación, de alguna forma, se está viendo afectada con perjuicios para la familia. En tal caso el matrimonio tendrá que tomar decisiones radicales por la salud psíquica y espiritual de los hijos. “Veamos” El cuarto verbo es “veamos”. Es decir, observemos, juzguemos, analicemos, advirtamos, distingamos. “Veamos si brotan las vides”... (Ct.7:12). Esta acción es estar atento al fruto de la relación o del trabajo, que conlleva a los esposos esperar el mismo producto. Es decir, que el propósito sea el mismo. Surge la necesidad de que ambos vean y esperen lo mismo. Para esto se requiere primero conocer qué es lo que Dios espera de ambos y luego fijar la atención en procurar dar el fruto esperado. ¿Hacia dónde vamos?, ¿qué esperamos de nuestra relación?, ¿qué espera Dios de nosotros?, ¿conoces el propósito de Dios para el matrimonio? Por lo general, cuando se encuentra el “para qué”, se encuentra también el “cómo”. Por otro lado, esta mutua participación en el “ver” (si brotan las vides...) implica “vigilar”. Los esposos deben cuidarse mutuamente, no celarse, sino cuidarse. Los horarios, las actividades y las relaciones con otros deben estar a la luz de ambos. No puede haber cosas ocultas en la relación, puesto que esto llamará, cada vez más, a la desconfianza, independencia y/o al celo. “Tenemos” El quinto verbo utilizado es “tenemos”. La idea principal aquí es que los esposos comparten una misma cosa, sea ésta un bien, una situación de éxito o de aflicción, como parece que es en el caso de la Sulamita (Cant. 8:8). Es curioso ver cómo algunos matrimonios defienden con tanta fuerza las posesiones o pecunios individuales. Claro está –y es cierto– que en algunos matrimonios uno de los cónyuges aporta más a la relación. Sobre todo al comienzo, el matrimonio, en su necesidad, recibe todo cuanto pueden de sus respectivas casas de origen, pero lo importante es que lo reciben para integrarlo a lo que pasará a ser de ambos. Constituyéndose así, el “tenemos”. A lo largo de la vida matrimonial se presentan muchas situaciones de aflicción, algunas más agudas que otras. Por lo que edificar “el tenemos”, ayudará al matrimonio a compartir las cargas. La Sulamita dice: “Tenemos una pequeña hermana que no tiene pechos” (Cant. 8:8). Esto es un problema que aflige al matrimonio. Literalmente, ¿puede haber una hermana de ambos si están debidamente casados? La respuesta es “No”, pero él y ella hacen suyo el problema de la pequeña hermana. Ahora, sabemos que el lenguaje poético permite este tipo de alegorías; no obstante, lo que quiero destacar, para este fin, es cómo se involucran ambos en la misma aflicción, cómo sobrellevan ambos las cargas. Cómo el problema de la hermana pasa a ser problema de ambos, y hermana de ambos. De esta manera, hermano, el problema de tu esposo (a) es tu problema, la aflicción de tu esposa (o) es tu aflicción, aún cuando desde tu masculinidad o feminidad sea irrelevante. “Edificaremos” El sexto verbo es “edificaremos”. La acción de edificar es conjunta . En el “Cantar”, ambos esposos dedican su esfuerzo en construir un palacio de plata sobre la hermana, si se dijera que es muro. (Cant.8:8,9) Esto nos muestra cómo se involucran los esposos en el servicio hacia los demás. El matrimonio proyecta en el Señor un servicio común sin poner impedimentos. Mas aún cuando la gracia concedida a uno, no sea la misma que la del otro. Ambos se coordinarán y ayudarán para la edificación mutua y la de otros. “Edificaremos” es cultivar un espíritu de sumisión los unos a los otros. Así cada uno en el lugar en que Dios le puso “recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” (Ef.4:16). Los hermanos necesitan la edificación de matrimonios que se entreguen ambos a esta labor. A veces se ven hermanos que son muy serviciales en la acción a la iglesia, pero también se les ve desligados de sus esposas, o viceversa. Qué bien nos hace saber que existen Aquilas y Priscilas dispuestos a edificar las vidas de otros por amor al Señor. No sólo se edifica con una palabra, sino también, y didácticamente, con el ejemplo. Este aspecto de la sumisión, especialmente de la esposa, significará un gran respaldo al servicio de aquellos que sirven en la palabra. “Guarneceremos” Y el ultimo verbo es “guarneceremos”. (“La guarneceremos con tablas de cedro”). Ligado a lo anterior “guarnecer” significa dotar, equipar, armar, abastecer, aprovisionar. En una obra de construcción, la primera etapa es edificar, luego está el afinar y el equipar. Por lo que “guarneceremos” lo entenderemos como esta segunda etapa de servicio, en la cual se requiere una percepción más afinada. Por ejemplo, muchas veces la percepción femenina es sabia, práctica y oportuna. ¿En cuántas oportunidades, una acotación, un detalle que captó tu esposa fue fundamental para sanar o suplir una necesidad? O bien, ¿cuántas veces la paciencia y templanza de tu esposo abrió nuevas posibilidades de solución? De esta manera el servicio se complementa absolutamente en el matrimonio y se potencia con más recursos cuando participan ambos. Construyamos el “nosotros” En consecuencia, la función de esposos, en el matrimonio, no es de poca importancia. De ella dependerá gran parte de nuestro función parental con nuestros hijos y el servicio a los demás. Construir el “nosotros” es una tarea enriquecedora pero no exenta de dificultades, por lo que se requiere de una operación directa de la gracia Divina. Nosotros los cristianos dependemos de esa gracia y es nuestro deber espiritual ofrecernos permanentemente al Señor para que ella sobreabunde. Amén. El orden de Dios para el matrimonio: Gran parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden asignado por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia del mundo, un modelo paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio carácter, y una carencia de enseñanza bíblica sólida, han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto, sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza de la Palabra de Dios. Lo primero que debemos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio, por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo éste debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto papel a cada uno de los cónyuges. Ignorarlos, o inventar substitutos, es buscar el fracaso matrimonial. El marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda, sino del diseño de Dios. 1. El orden de Dios para el marido El papel del hombre es representativo de algo que lo trasciende, y que está en Dios. En ese sentido, tanto el matrimonio como el papel del marido en él, encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación divina. La Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual le confiere al marido una posición de autoridad sobre la mujer, que no es, sin embargo, la suya en sí, sino que es un reflejo de la autoridad de Cristo sobre la Iglesia. Pero, por otro lado, la Biblia también dice: «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Este amor tiene una característica sobrenatural, porque es el amor hasta el sacrificio con que Cristo amó a la Iglesia. Por último, la autoridad del padre con respecto a sus hijos es una representación de la figura de Dios – Padre hacia todos nosotros. Por eso la Escritura les insta a portarse varonilmente, y a esforzarse. (1ª Corintios 16:13). 2. La razón de ser de la Cabeza A. Escudo El hombre, como Cabeza, es escudo para la familia: La familia (mujer e hijos) está expuesta en muchos frentes, por lo cual necesita la protección de la Cabeza.
B. Modelo El hombre, como cabeza del hogar, es modelo de lo que Dios es con sus hijos: Un padre debe mostrar a sus hijos el carácter de Dios Padre, es decir, su amor y su autoridad. El autor Keith J. Leenhouts, en su libro «Una carrera de amor» atribuye su vocación de padre a la ejemplar figura de su padre: «Él me obsequió con el más valioso regalo. Cuando leí y escuché que Dios es como un padre, quise estar con Dios. Si Dios era como un padre, entonces Dios era poderoso, amante, bueno, cariñoso y grande. Tenía que serlo porque es como un padre, y eso es, exactamente, lo que fue mi padre.» El ejercicio de la autoridad no debe producir ira, sino un sano temor (Salmo 119:120), y debe ir muy complementada con el amor. En la toma de decisiones, el padre podrá escuchar a su mujer (y eventualmente a sus hijos), pero en definitiva quien decide es él, y quien, a la hora de cometer errores, debe asumirlos enteramente. 3. La ruptura del orden La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce cuando: a) el hombre de ‘motu proprio’ cede su lugar a la mujer; b) cuando la mujer por sí misma usurpa el lugar del varón, o, c) cuando ambos, en un acuerdo tácito o explícito, así lo deciden. Entonces, el hombre asume un papel pasivo en cuanto a su rol de cabeza, y la mujer asume un papel activo en el mismo. Esto se traduce a veces en asuntos tan prácticas como cuando el hombre realiza las labores domésticas, y la mujer se ocupa del sustento de la casa. O como cuando el hombre sigue los dictados de la mujer, y la mujer asume el gobierno de la casa. El resultado es una confusión de roles, confusión de modelos y anarquía. Christenson dice: «Cuando el esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando la esposa lo usurpa, el hogar sufre las consecuencias.» Muchas veces el hombre está demasiado dispuesto a rehuir esta responsabilidad –por la carga y molestia que implica– y la mujer está demasiado pronta a tomar lo que el esposo ha cedido. Hoy existe una «feminización» de la cultura. La mujer, creada para ocupar un papel complementario («ayuda idónea»), ha ido ocupando un rol más y más protagónico. Esto ha ido produciendo hogares «unisex», en que ambos cónyuges se intercambian los roles, de modo que no hay nada ‘masculino’ ni nada ‘femenino’. 4. Causas en el hombre de esta ruptura del orden de Dios
5. Consecuencias en el hogar:
5. Solución: restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?
El orden de Dios para el matrimonio: Gran parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden asignado por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia del mundo, un modelo paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio carácter, y una carencia de enseñanza bíblica sólida, han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto, sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza de la Palabra de Dios. Lo primero que debemos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio; por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de cómo debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto papel a cada uno de los cónyuges. Ignorarlos, o intentar substituirlos, es buscar el fracaso matrimonial. El marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda, sino del diseño de Dios. 1. El orden de Dios para la esposa El lugar de la esposa en el matrimonio es representativo de algo que la trasciende, y que está en Dios. Tanto el matrimonio como el papel de la esposa, encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación divina. La Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual pone a la mujer en un lugar de subordinación, que no es, sin embargo, un menoscabo a su condición de mujer, sino que es un reflejo de la posición que la Iglesia tiene respecto de Cristo. Esta posición no significa que la mujer sea inferior al varón, sino que se diseñó para la protección de la mujer y para la armonía en el hogar. Dios no honra a quienes se aferran a sus supuestos «derechos», sino a aquellos que eligen libremente obedecerle. 2. La razón de ser de la esposa A. La belleza de la sumisión La esposa fue creada para que fuera la ayuda idónea para su marido. Como tal, expresa la belleza de la iglesia que está subordinada y sujeta a Cristo. Esta sumisión representa para ella una gran ganancia, porque así está protegida. La mujer está física, emocional y espiritualmente en desventaja, y también muy expuesta, por lo cual necesita la seguridad y protección que le ofrece el marido.
B. Modelo La mujer, como esposa subordinada y sumisa, es una representación de la iglesia en su sujeción a Cristo, pero también es modelo para quienes no conocen la iglesia, en un mundo donde no se conoce mucho acerca del trasfondo espiritual del matrimonio. Es decir, ella tiene como modelo a la iglesia, pero a la vez ella sirve de modelo para que otros vean lo que es la iglesia en su relación con Cristo. Existe una estrecha relación entre la iglesia local y la esposa. Si la iglesia local se sujeta a Cristo, ello permitirá a las esposas tener un modelo que imitar; pero si no es así, las esposas piadosas están llamadas a mostrar en su matrimonio lo que la iglesia local debiera ser respecto a Cristo. La sumisión de la mujer no ha de ser una práctica forzada e hipócrita, sino el fruto de una disposición del corazón que, en temor, busca agradar al Señor. 3. La ruptura del orden La ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce muchas veces porque la mujer, sea por sí misma o por mutuo acuerdo con el varón, toma el lugar del marido como ‘cabeza’. Esto trae consigo una confusión de roles. Christenson dice: «Cuando el esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando la esposa lo usurpa, el hogar sufre las consecuencias». En muchos casos, la ruptura del orden está influido por la «femini-zación» de la cultura, en que la mujer ha ido intercambiando sus roles de igual a igual con el hombre e, incluso, asumiendo el rol de él en la dirección del hogar. 4. Causas en la esposa de esta ruptura del orden de Dios
5. Consecuencias inmediatas en el hogar
6. Consecuencias mediatas
7. Solución: restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?
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