Del          y yo         al nosotros

Marcelo         Díaz P.

Al         interior de la familia, a nosotros los adultos, nos toca una doble responsabilidad         que nos hace estar permanentemente en oración y dependiendo del         Señor. Una tiene que ver con nuestra función como esposos.         La otra con nuestra función como padres. En esta ocasión         nos abocaremos a la primera.

Ser         esposo(a) no es una tarea fácil. Todo el entusiasmo inicial, vez         tras vez, es probado y perfeccionado al ritmo del ajuste matrimonial.         Los nuevos esposos cristianos progresivamente construyen el “nosotros”.          Las acciones, el lenguaje, la manera de pensar y de sentir, van seriamente         transformándose en el proceso de ser uno. Fijemos la atención         en un matrimonio cristiano con varios años, y nos daremos cuenta         que en la medida que pasa el tiempo, cada vez se van asemejando más         el uno al otro, aún en los aspectos físicos.

¡Qué         hermoso misterio, esto de ser uno! El apóstol Pablo, hablando del         matrimonio, dice: “Grande es este misterio”, en relación         a Cristo y su iglesia, dejando en evidencia que el matrimonio es una expresión         de la unidad eterna.(Ef.5:32).

Los         pronombres en el “Cantar de los cantares”

Existen         muchos ejemplos en las Escrituras para hablar de la unión matrimonial,         pero ninguno como el del “Cantar de los cantares”. Allí         se nos revela el desarrollo de la unión y la comunión entre         los esposos desde Cristo y la Iglesia.

En         los primeros capítulos del Cantar, llama la atención que         los pronombres empleados son primera y segunda persona singular. (“tú”y          “yo”). Los esposos se declaran su amor y sus virtudes pero siempre         desde el “tú” y “yo”.

Es         a partir del capítulo siete que el pronombre utilizado es primera         persona plural (“nosotros”). Casi al final del “Cantar”          los esposos completan el “nosotros” uniéndose en un mismo         sentir. Notemos los verbos empleados: “Salgamos” (7:11a), “moremos”          (7:11b), “levantémonos” (7:12a), “veamos” (7:12b),          “tenemos” (8:8), “edificaremos” (8:9a) y “guarneceremos”          (8:9b). ¡Qué consideración más grande!, ¡qué         dependencia!, ¡qué respeto!, ¡qué intimidad!         La esposa se siente parte del marido, el marido se siente parte de la         amada. Es una abierta invitación a incluirse y a fundirse en el         otro.

El         lenguaje pareciera jugar un papel importante en la unión matrimonial,         que de alguna manera refleja la vida interior del corazón. Me pregunto:         ¿Cuántos esposos (a), pese a los años , aún         viven en el “tú” y “yo”?. ¡Cuidado, nuestro         lenguaje nos delata! ¿Te suenan conocidas las siguientes oraciones?:          “¡...Tu hijo(a) está pidiendo comida!”, “¡...Ésta         es mi casa!”, “¡...Cuidado con mi auto!”, “¡Yo         compro lo que quiero, para eso trabajo!”; “...Voy donde mi familia”;          “¡...Tu familia es la culpable!”; “¡...En mi         casa se hacía de esta manera!”

Cuando         se integra el “nosotros” no se habla divorciadamente, los esposos(as)         cristianos aprenden que detrás de cada acción está         el respaldo y la responsabilidad de ambos.

Repasemos         una vez más los verbos antes señalados:

“Salgamos”

El         primer verbo empleado es “salgamos”. (“Ven, oh amado mío,         salgamos al campo”). Es decir, ir desde un punto a otro. Implícitamente         está la idea de no anclarse en un lugar, en una posición,         en una idea, en una obstinación, en un problema. ¿Cuántos         matrimonios viven detenidos por años en un punto del cual no pueden         salir? ¿Cuántos afectos comprometidos se alojan en tu relación         y te impiden avanzar? ¿Cuántas raíces de amargura         te detienen?

Noten         que el verbo no es “sal” (tú), pues eso te excluiría         del otro. Es “salgamos”, por lo que está implícita         la necesidad de esperarse, de incluirse en el problema que está         afectando y de no avanzar sin el otro. Hermano(a) una parte tuya se queda         atrás si tu “sales” sin tu esposa (o)

Qué         invitación más preciosa la de salir, no en vano la palabra         iglesia (ek-klesia) significa “salir hacia fuera”. Salir del         mundo, salir del sistema, salir de nosotros mismos para hallarlo a Él.         Como nos dice la exhortación: “Salgamos, pues, a Él,         fuera del campamento, llevando su vituperio...” (Hb. 13:13).

El         segundo verbo es “moremos”. (“moremos en las aldeas”).          “Rabí, ¿dónde moras?”... le preguntaron         los discípulos al Señor. Jesús respondió:          “Venid y ved” (Jn. 1:38). La Escritura dice que Jesús         no tenía dónde recostar su cabeza.(Mt.8:20). El Hijo moraba         permanentemente en la presencia del Padre. Su morada era en el Padre.         El estaba en el Padre y el Padre estaba en Él.

De         igual manera, los esposos viven juntos, crean un espacio físico,         psíquico y espiritual, consagrado a y en Cristo. Morar implica         asentarse, establecerse para compartir “juntos y en alegría”,          como nos señala el salmo 133.

“Moremos”,          es una invitación práctica para vivenciar la vida del Hijo         reflejada en el matrimonio. Por ejemplo, ¿te has preocupado en         proveer de un ambiente físico adecuado y privado para estar junto         a tu esposa?. En relación a esto, quisiera destacar la importancia         que tiene para la relación el hecho de que los esposos vivan “solos”.          Es frecuente que en un comienzo del matrimonio la tendencia, por motivos         económicos y afectivos, sea vivir con los padres. Pero esto conlleva         un riesgo que es mejor evitar. La dirección del nuevo hogar que         se inicia tiende a confundirse , las relaciones comienzan a estropearse         y en algunos casos los esposos continúan siendo “hijos”,          delegando sus responsabilidades en sus padres o suegros. Por lo cual este          “moremos” significará también, para los esposos,         en lo posible, vivir solos.

“Levantémonos”         

El         tercer verbo empleado es “levantémonos”. La Sulamita         dice: “Levantémonos de mañana a las viñas...”          (Ct. 7:12). Esta pluralidad en la acción podría indicarnos         la actitud hacia el trabajo. La labor de sustentar el hogar le corresponde         al marido. La Escritura está llena de pasajes que así nos         lo enseñan. Ahora, fíjense en la hermosa acción de         la esposa, cómo se incluye en el quehacer del marido. Cómo         estimula. Qué aliciente más grande es para un varón         la compañía de su esposa en la acción de su trabajo.          “Lo tuyo es mío, tu esfuerzo es el mío, estamos juntos         en esto”. Esta mutualidad en el esfuerzo les hace uno: en consecuencia,         el producto de lo ganado será para beneficio de ambos y de todos.

Existen         también casos en que las esposas, apoyando la responsabilidad del         marido, colaboran directamente con un oficio o profesión. En tal         situación la tentación de independizarse de la acción         del marido puede llegar a ser nefasta y hasta fatal. ¡Cuidado! “Levantémonos”          implica: hagámoslo juntos, para un mismo fin, con un mismo propósito,         para un mismo fondo.

No         olvidemos que la tarea divina primordial para las esposas es la crianza         de los hijos, sobre todo en los primeros años de vida. Por esta         causa, “levantémonos” implicará también         sobrevigilar juntos, en forma permanente y en conciencia delante del Señor,         sobre todo si esta situación, de alguna forma, se está viendo         afectada con perjuicios para la familia. En tal caso el matrimonio tendrá         que tomar decisiones radicales por la salud psíquica y espiritual         de los hijos.

“Veamos”

El         cuarto verbo es “veamos”. Es decir, observemos, juzguemos, analicemos,         advirtamos, distingamos. “Veamos si brotan las vides”... (Ct.7:12).         Esta acción es estar atento al fruto de la relación o del         trabajo, que conlleva a los esposos esperar el mismo producto. Es decir,         que el propósito sea el mismo. Surge la necesidad de que ambos         vean y esperen lo mismo. Para esto se requiere primero conocer qué         es lo que Dios espera de ambos y luego fijar la atención en procurar         dar el fruto esperado. ¿Hacia dónde vamos?, ¿qué         esperamos de nuestra relación?, ¿qué espera Dios         de nosotros?, ¿conoces el propósito de Dios para el matrimonio?         Por lo general, cuando se encuentra el “para qué”, se         encuentra también el “cómo”.

Por         otro lado, esta mutua participación en el “ver” (si brotan         las vides...) implica “vigilar”. Los esposos deben cuidarse         mutuamente, no celarse, sino cuidarse. Los horarios, las actividades y         las relaciones con otros deben estar a la luz de ambos. No puede haber         cosas ocultas en la relación, puesto que esto llamará, cada         vez más, a la desconfianza, independencia y/o al celo.

“Tenemos”

El         quinto verbo utilizado es “tenemos”. La idea principal aquí         es que los esposos comparten una misma cosa, sea ésta un bien,         una situación de éxito o de aflicción, como parece         que es en el caso de la Sulamita (Cant. 8:8).

Es         curioso ver cómo algunos matrimonios defienden con tanta fuerza         las posesiones o pecunios individuales. Claro está –y es cierto–          que en algunos matrimonios uno de los cónyuges aporta más         a la relación. Sobre todo al comienzo, el matrimonio, en su necesidad,         recibe todo cuanto pueden de sus respectivas casas de origen, pero lo         importante es que lo reciben para integrarlo a lo que pasará a         ser de ambos. Constituyéndose así, el “tenemos”.

A         lo largo de la vida matrimonial se presentan muchas situaciones de aflicción,         algunas más agudas que otras. Por lo que edificar “el tenemos”,          ayudará al matrimonio a compartir las cargas. La Sulamita dice:          “Tenemos una pequeña hermana que no tiene pechos” (Cant.         8:8). Esto es un problema que aflige al matrimonio. Literalmente, ¿puede         haber una hermana de ambos si están debidamente casados? La respuesta         es “No”, pero él y ella hacen suyo el problema de la         pequeña hermana. Ahora, sabemos que el lenguaje poético         permite este tipo de alegorías; no obstante, lo que quiero destacar,         para este fin, es cómo se involucran ambos en la misma aflicción,         cómo sobrellevan ambos las cargas. Cómo el problema de la         hermana pasa a ser problema de ambos, y hermana de ambos.

De         esta manera, hermano, el problema de tu esposo (a) es tu problema, la         aflicción de tu esposa (o) es tu aflicción, aún cuando         desde tu masculinidad o feminidad sea irrelevante.

“Edificaremos”

El         sexto verbo es “edificaremos”. La acción de edificar         es conjunta . En el “Cantar”, ambos esposos dedican su esfuerzo         en construir un palacio de plata sobre la hermana, si se dijera que es         muro. (Cant.8:8,9) Esto nos muestra cómo se involucran los esposos         en el servicio hacia los demás. El matrimonio proyecta en el Señor         un servicio común sin poner impedimentos. Mas aún cuando         la gracia concedida a uno, no sea la misma que la del otro. Ambos se coordinarán         y ayudarán para la edificación mutua y la de otros. “Edificaremos”          es cultivar un espíritu de sumisión los unos a los otros.         Así cada uno en el lugar en que Dios le puso “recibe su crecimiento         para ir edificándose en amor.” (Ef.4:16).

Los         hermanos necesitan la edificación de matrimonios que se entreguen         ambos a esta labor. A veces se ven hermanos que son muy serviciales en         la acción a la iglesia, pero también se les ve desligados         de sus esposas, o viceversa. Qué bien nos hace saber que existen         Aquilas y Priscilas dispuestos a edificar las vidas de otros por amor         al Señor.

No         sólo se edifica con una palabra, sino también, y didácticamente,         con el ejemplo. Este aspecto de la sumisión, especialmente de la         esposa, significará un gran respaldo al servicio de aquellos que         sirven en la palabra.

“Guarneceremos”

Y         el ultimo verbo es “guarneceremos”. (“La guarneceremos         con tablas de cedro”). Ligado a lo anterior “guarnecer”          significa dotar, equipar, armar, abastecer, aprovisionar.

En         una obra de construcción, la primera etapa es edificar, luego está         el afinar y el equipar. Por lo que “guarneceremos” lo entenderemos         como esta segunda etapa de servicio, en la cual se requiere una percepción         más afinada. Por ejemplo, muchas veces la percepción femenina         es sabia, práctica y oportuna. ¿En cuántas oportunidades,         una acotación, un detalle que captó tu esposa fue fundamental         para sanar o suplir una necesidad? O bien, ¿cuántas veces         la paciencia y templanza de tu esposo abrió nuevas posibilidades         de solución? De esta manera el servicio se complementa absolutamente         en el matrimonio y se potencia con más recursos cuando participan         ambos.

Construyamos         el “nosotros”

En         consecuencia, la función de esposos, en el matrimonio, no es de         poca importancia. De ella dependerá gran parte de nuestro función         parental con nuestros hijos y el servicio a los demás. Construir         el “nosotros” es una tarea enriquecedora pero no exenta de dificultades,         por lo que se requiere de una operación directa de la gracia Divina.         Nosotros los cristianos dependemos de esa gracia y es nuestro deber espiritual         ofrecernos permanentemente al Señor para que ella sobreabunde.         Amén.




El         orden de Dios para el matrimonio:
        Los maridos

Gran         parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden         asignado por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia         del mundo, un modelo paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio         carácter, y una carencia de enseñanza bíblica sólida,         han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto,         sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza         de la Palabra de Dios.

Lo         primero que debemos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio,         por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de         cómo éste debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto         papel a cada uno de los cónyuges. Ignorarlos, o inventar substitutos,         es buscar el fracaso matrimonial.

El         marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración         física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil         de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda,         sino del diseño de Dios.

1.         El orden de Dios para el marido

El         papel del hombre es representativo de algo que lo trasciende, y que está         en Dios. En ese sentido, tanto el matrimonio como el papel del marido         en él, encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación         divina.

La         Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón         es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual le confiere         al marido una posición de autoridad sobre la mujer, que no es,         sin embargo, la suya en sí, sino que es un reflejo de la autoridad         de Cristo sobre la Iglesia.

Pero,         por otro lado, la Biblia también dice: «Maridos, amad a vuestras         mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó         a sí mismo por ella» (Efesios 5:25). Este amor tiene una         característica sobrenatural, porque es el amor hasta el sacrificio         con que Cristo amó a la Iglesia.

Por         último, la autoridad del padre con respecto a sus hijos es una         representación de la figura de Dios – Padre hacia todos nosotros.         Por eso la Escritura les insta a portarse varonilmente, y a esforzarse.         (1ª Corintios 16:13).

2.         La razón de ser de la Cabeza

A.         Escudo

El         hombre, como Cabeza, es escudo para la familia: La familia (mujer e hijos)         está expuesta en muchos frentes, por lo cual necesita la protección         de la Cabeza.

a)           A nivel físico: Esto se puede observar en el orden práctico,           y descansa en la mayor fortaleza y reciedumbre del varón. Él           puede realizar las labores domésticas pesadas que ni la mujer           ni los hijos pequeños pueden hacer.

b)           A nivel emocional (psicológico). Al asumir la responsabilidad           en la toma de decisiones, en la disciplina de los hijos, y en la ‘lucha           por la vida’, el marido está resguardando la salud emocional           de su esposa, la cual no ha sido diseñada para enfrentar tales           rigores.

c)           A nivel espiritual: La mujer y los hijos están expuestos al ataque           espiritual. El esposo es su escudo contra el ataque del mundo invisible           de «principados y potestades» (Efesios 6:12). Así           como Cristo, en cuanto Cabeza del varón, es, por así decirlo,           escudo del varón, así lo es éste para la mujer.           Si el marido no está ejerciendo su rol, el diablo tomará           eventualmente a esa familia como «base de operaciones».            Larry Christenson dice en su libro «La familia cristiana»:            «Una mujer que no está protegida por la autoridad de su           marido está expuesta a la influencia angélica maligna.»

B.         Modelo

El         hombre, como cabeza del hogar, es modelo de lo que Dios es con sus hijos:         Un padre debe mostrar a sus hijos el carácter de Dios Padre, es         decir, su amor y su autoridad. El autor Keith J. Leenhouts, en su libro          «Una carrera de amor» atribuye su vocación de padre         a la ejemplar figura de su padre: «Él me obsequió         con el más valioso regalo. Cuando leí y escuché que         Dios es como un padre, quise estar con Dios. Si Dios era como un padre,         entonces Dios era poderoso, amante, bueno, cariñoso y grande. Tenía         que serlo porque es como un padre, y eso es, exactamente, lo que fue mi         padre.»

El         ejercicio de la autoridad no debe producir ira, sino un sano temor (Salmo         119:120), y debe ir muy complementada con el amor. En la toma de decisiones,         el padre podrá escuchar a su mujer (y eventualmente a sus hijos),         pero en definitiva quien decide es él, y quien, a la hora de cometer         errores, debe asumirlos enteramente.

3.         La ruptura del orden

La         ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce cuando:         a) el hombre de ‘motu proprio’ cede su lugar a la mujer; b)         cuando la mujer por sí misma usurpa el lugar del varón,         o, c) cuando ambos, en un acuerdo tácito o explícito, así         lo deciden. Entonces, el hombre asume un papel pasivo en cuanto a su rol         de cabeza, y la mujer asume un papel activo en el mismo.

Esto         se traduce a veces en asuntos tan prácticas como cuando el hombre         realiza las labores domésticas, y la mujer se ocupa del sustento         de la casa. O como cuando el hombre sigue los dictados de la mujer, y         la mujer asume el gobierno de la casa. El resultado es una confusión         de roles, confusión de modelos y anarquía. Christenson dice:          «Cuando el esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de         su hogar, o cuando la esposa lo usurpa, el hogar sufre las consecuencias.»          Muchas veces el hombre está demasiado dispuesto a rehuir esta responsabilidad          –por la carga y molestia que implica– y la mujer está         demasiado pronta a tomar lo que el esposo ha cedido.

Hoy         existe una «feminización» de la cultura. La mujer,         creada para ocupar un papel complementario («ayuda idónea»),          ha ido ocupando un rol más y más protagónico. Esto         ha ido produciendo hogares «unisex», en que ambos cónyuges         se intercambian los roles, de modo que no hay nada ‘masculino’          ni nada ‘femenino’.

4.         Causas en el hombre de esta ruptura del orden de Dios

a)           Ignorancia: Esto puede deberse a una falta de instrucción en           la Palabra de Dios, o a modelos familiares (o sociales) incorrectos.           Tal vez el padre fue un hombre «gobernado» por su mujer,           o él mismo creció con algún complejo por su personalidad           débil.

b)           Menosprecio. El hombre puede sentirse sobrepasado por los usos de la           modernidad, por la influencia de una esposa autoritaria, o de unos hijos            «educados». Es posible que el hombre se sienta «menos           inteligente» o «menos espiritual». Esto se verá           acentuado si «le cuesta expresarse con palabras» (ella puede           decir las cosas más rápido y mejor), si tiene un carácter           tímido o débil, si es «más lento» que           ella, si no puede suplir las necesidades materiales de la familia como           debiera, si se considera que ella es de una familia «bien»            y él no, o si ella se considera «hermosa» y él           demasiado «vulgar».

c)           Pusilanimidad: Las continuas luchas con una esposa rebelde y de carácter           fuerte pueden haber provocado en el hombre un cansancio, una falta de           ánimo y una renuncia al ejercicio de la autoridad y los deberes           de esposo y padre.

d)           Comodidad: La habilidad de una esposa diligente y de carácter           fuerte, puede haber provocado también en el esposo la comodidad,           porque considera que ella lo hace mejor que él.

5.         Consecuencias en el hogar:

a)           Rencillas: Cuando el orden de Dios no está claro, todos los miembros           de la familia procurarán imponerse unos a otros, la mujer al           marido, los hijos a los padres, etc. Esto será causa de rencillas           permanentes. «Dolor es para su padre el hijo necio, y gotera continua           las contiendas de la mujer» (Prov. 19:13).

b)           Inversión del orden de autoridad: La mujer será «el           hombre» de la casa; el hombre, en tanto, será el que hace           de «mediador» entre su mujer y los hijos, o en mero ‘ayudante’            de la mujer. Él tendrá un carácter apacible, en           tanto, ella un carácter fuerte. Lo que debiera ser normal, es           anormal. Estos son pésimos modelos para los hijos.

c)           Confusión de roles sexuales (en los hijos): Ante tal espectáculo,           si los hijos llegan a ser adultos con patrones de conducta normales,           será casi por milagro. ¿Qué modelo le ha brindado           el padre al hijo? ¿Qué modelo le ha brindado la madre           a la hija? Probablemente ellos tendrán serias dificultades en           sus propios matrimonios. Hay estudios que arrojan resultados alarmantes,           como, por ejemplo, la incidencia en la homosexualidad.

d)           Deformidad del carácter: La mujer perderá su delicadeza           y femineidad. Ella adoptará una forma de hablar y de gesticular           impropia de una mujer. El hombre, por su parte, exagerará su           timidez, y tendrá actitudes de sumisión.

e)           Ataques espirituales: Un hogar sin la cobertura espiritual y emocional           de un marido provocará ataques diabólicos sobre la mujer           y sobre los hijos. La mujer actuará bajo el engaño del           diablo, y sus decisiones serán erradas. (2ª Tim. 2:14).           Luego, recibirá permanentemente ataques espirituales que afectarán           permanentemente su estado de salud, tendrá bruscos cambios de           ánimo y depresiones. En los hijos, el diablo sembrará           rebelión, y desaparecerá el temor de Dios. Muchas otras           consecuencias podrían sobrevenir en un hogar caótico,           donde se altera el orden de Dios.

f)           Inutilidad en la obra de Dios. Un marido con tal familia, ¿podrá           servir a Dios? Por muchos esfuerzos que realice, no le servirán           de mucho. Dios no respaldará nada que se salga de su modelo y           del orden que él estableció.

5.         Solución: restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?

a)           Arrepintiéndose de corazón. Cada uno de los cónyuges           deberá arrepentirse delante de Dios, y decidirse a cambiar su           manera de pensar.

b)           Aceptando que el orden de Dios fue diseñado para el bien propio           y del matrimonio, con todas sus implicaciones; es decir, con un cambio           real en la manera de actuar de aquí en adelante. El marido deberá           asumir responsablemente el rol que ha abandonado por comodidad o debilidad.

c)           Aceptando que la mayor responsabilidad en el hogar le corresponde al           marido, y que ésta es indelegable.

d)           El marido deberá someterse a la autoridad de Dios, para que él           le permita establecer la suya propia en el matrimonio y el hogar. La           autoridad del marido cristiano no se impone mediante la fuerza o la           coerción, sino que es una autoridad espiritual.




El         orden de Dios para el matrimonio:
        Las esposas

Gran         parte de los problemas matrimoniales se deben a que se viola el orden         asignado por Dios para cada uno de los cónyuges creyentes. La influencia         del mundo, un modelo paterno incorrecto, las deformidades de nuestro propio         carácter, y una carencia de enseñanza bíblica sólida,         han atentado una y otra vez contra la armonía familiar. Ante esto,         sólo nos queda mirar al Señor y buscar la sana enseñanza         de la Palabra de Dios.

Lo         primero que debemos dejar claro es que Dios ha diseñado el matrimonio;         por lo tanto, sólo él puede enseñarnos acerca de         cómo debe funcionar. Dios le ha asignado un cierto papel a cada         uno de los cónyuges. Ignorarlos, o intentar substituirlos, es buscar         el fracaso matrimonial.

El         marido tiene un papel y la mujer tiene otro, de acuerdo a la configuración         física, psicológica y espiritual de cada uno. El perfil         de uno y otro no depende de la ideología o teoría de moda,         sino del diseño de Dios.

1.         El orden de Dios para la esposa

El         lugar de la esposa en el matrimonio es representativo de algo que la trasciende,         y que está en Dios. Tanto el matrimonio como el papel de la esposa,         encuentran su sentido sólo en el marco de la revelación         divina.

La         Biblia dice: «Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón         es la cabeza de la mujer» (1ª Corintios 11:3), lo cual pone         a la mujer en un lugar de subordinación, que no es, sin embargo,         un menoscabo a su condición de mujer, sino que es un reflejo de         la posición que la Iglesia tiene respecto de Cristo.

Esta         posición no significa que la mujer sea inferior al varón,         sino que se diseñó para la protección de la mujer         y para la armonía en el hogar. Dios no honra a quienes se aferran         a sus supuestos «derechos», sino a aquellos que eligen libremente         obedecerle.

2.         La razón de ser de la esposa

A.         La belleza de la sumisión

La         esposa fue creada para que fuera la ayuda idónea para su marido.         Como tal, expresa la belleza de la iglesia que está subordinada         y sujeta a Cristo. Esta sumisión representa para ella una gran         ganancia, porque así está protegida.

La         mujer está física, emocional y espiritualmente en desventaja,         y también muy expuesta, por lo cual necesita la seguridad y protección         que le ofrece el marido.

a)            A nivel físico. Esto se advierte por la mayor fragilidad           de la mujer, que le impide realizar ciertas labores prácticas.

b)            A nivel emocional (psicológico). La mujer no fue diseñada           para enfrentar los rigores de la vida, para resolver las crisis familiares,           y la toma de las grandes decisiones. De hecho, puede hacerlo si se ve           obligada a ello (porque no es asunto de capacidad), pero no será           sin consecuencias para su salud emocional.

c)            A nivel espiritual. La mujer está expuesta al ataque espiritual.           Larry Christenson, en su libro «La Familia Cristiana» afirma:            «Una mujer que no está protegida por la autoridad de su           marido está expuesta a la influencia angélica maligna».            En cambio – agrega –, «cuando una mujer vive bajo la           autoridad del esposo, puede moverse con gran libertad en las cosas espirituales».

B.         Modelo

La         mujer, como esposa subordinada y sumisa, es una representación         de la iglesia en su sujeción a Cristo, pero también es modelo         para quienes no conocen la iglesia, en un mundo donde no se conoce mucho         acerca del trasfondo espiritual del matrimonio. Es decir, ella tiene como         modelo a la iglesia, pero a la vez ella sirve de modelo para que otros         vean lo que es la iglesia en su relación con Cristo.

Existe         una estrecha relación entre la iglesia local y la esposa. Si la         iglesia local se sujeta a Cristo, ello permitirá a las esposas         tener un modelo que imitar; pero si no es así, las esposas piadosas         están llamadas a mostrar en su matrimonio lo que la iglesia local         debiera ser respecto a Cristo.

La         sumisión de la mujer no ha de ser una práctica forzada e         hipócrita, sino el fruto de una disposición del corazón         que, en temor, busca agradar al Señor.

3.         La ruptura del orden

La         ruptura del orden de Dios al interior de la familia se produce muchas         veces porque la mujer, sea por sí misma o por mutuo acuerdo con         el varón, toma el lugar del marido como ‘cabeza’. Esto         trae consigo una confusión de roles. Christenson dice: «Cuando         el esposo rehúye su responsabilidad de cabeza de su hogar, o cuando         la esposa lo usurpa, el hogar sufre las consecuencias».

En         muchos casos, la ruptura del orden está influido por la «femini-zación»          de la cultura, en que la mujer ha ido intercambiando sus roles de igual         a igual con el hombre e, incluso, asumiendo el rol de él en la         dirección del hogar.

4.         Causas en la esposa de esta ruptura del orden de Dios

a)            Ignorancia. Falta de instrucción en la Palabra. Ella quiere           obedecer y agradar al Señor, pero no sabe cómo.

b)            Modelos familiares (o sociales) incorrectos. Ella proviene de           un hogar donde la mujer era dominante, o donde ella misma era el centro           de la atención de la familia (hija única, hija criada           con abuelos, hija consentida). Tal vez por causa de su inteligencia           o su belleza, desarrolló especialmente sus caprichos.

c)            Sobrevaloración. La esposa con una alta autoestima tenderá           a menospreciar a su marido. Sobre todo, cuando ella es más inteligente,           más hábil, más habladora, más fuerte de           carácter, más exitosa en su trabajo, cuando procede de           una familia mejor conceptuada socialmente, etc.

d)            Rebeldía. Ella encuentra que él no es un hombre           digno de admiración ni de respeto. Piensa que, o bien ella se           equivocó al aceptarlo como marido, o Dios se equivocó           al dárselo. Tal vez recuerda su juventud llena de esplendor,           de ‘buenos partidos’ que ella rechazó. Tal vez ella           considera haber hecho (y estar haciendo) un derroche con semejante marido.

5.         Consecuencias inmediatas en el hogar

a)            Rencillas. Las rencillas son consecuencia del orgullo herido.           Una mujer rebelde se siente permanentemente tocada en su autoestima.           Su reacción son las palabras y actitudes violentas. Por casi           cualquier motivo, ella provoca una disputa. Él, en un comienzo,           cede ante su esposa para evitar el choque, pero finalmente se cansa,           y responde. El hogar se transforma en un campo de batalla en que las           palabras hirientes, cual flechas, van y vienen buscando el blanco. «Gotera           continua (son) las contiendas de la mujer» (Prov. 19:13b). «Gotera           continua en tiempo de lluvia y la mujer rencillosa, son semejantes;           pretender contenerla es como refrenar el viento, o sujetar el aceite           con la mano derecha» (Prov. 27:15-16). «Mejor es vivir en           un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa»            (Prov. 21:9 y 25:24). «Mejor es morar en tierra desierta que con           la mujer rencillosa e iracunda» (Prov. 21:19). En este ambiente,           los hijos son desdichados testigos de estas batallas de denuestos, y           recibirán las consecuencias.

b)            Desatención. El marido no es digno de la atención           de la mujer. Si ella lo atiende, será con indiferencia. Constantemente           buscará (y hallará) la forma de evadirlo, y de no cumplir           su deber conyugal.

c)            Manipulación para obtener el control. Utilizando las rencillas,           los desprecios, los propios hijos, y otros muchos recursos, causará           tal agobio en el marido, que él sólo querrá la           paz. Y el precio de esa paz puede ser el gobierno de la casa. Resultado:           se produce una inversión de los roles. El marido puede llegar           a ser apenas uno más entre los hijos. Así se ha instaurado           el matriarcado. Ella está contenta, el marido, resignado, pero           ¿y el Señor?

6.         Consecuencias mediatas

a)            Deformación del carácter. La mujer perderá           su delicadeza y femineidad. Ella adoptará inconscientemente una           forma de hablar y de gesticular autoritaria, impropia de una mujer.

b)            Ataques espirituales. La primera consecuencia de estar sin cobertura           es ser engañada. Eva fue engañada cuando actuó           al margen de su marido (2ª Timoteo 2:14). Le parecerá que           está procediendo bien, aunque esté contraviniendo claramente           la Palabra de Dios. No aceptará reconocer su error. Como consecuencia,           recibirá permanentemente ataques espirituales que afectarán           su estado de salud, sufrirá repentinas cefaleas, tendrá           bruscos cambios de ánimo y depresiones.

c)            Confusión de roles sexuales (en los hijos). Ante tal espectáculo,           si los hijos llegan a ser adultos con patrones de conducta normales,           será por milagro. ¿Qué modelo le ha brindado el           padre al hijo? ¿Qué modelo le ha brindado la madre a la           hija? Probablemente, ellos también tendrán dificultades           en sus propios matrimonios. Hay estudios que arrojan resultados alarmantes:           esta confusión de roles tiene incidencia en la homosexualidad.

d)            Inutilidad en la obra de Dios. Una mujer que está fuera           de la cobertura de su marido no podrá servir a Dios (aunque haga           cosas para Dios). Por muchos esfuerzos que realice, no le servirán           de nada. Dios no respalda nada que se salga de su modelo y del orden           que él ha establecido.

7.         Solución: restablecer el orden de Dios. ¿Cómo?

a)            Arrepintiéndose de corazón. La mujer deberá           arrepentirse delante de Dios por romper o intentar romper el orden establecido           por él para el matrimonio. Luego, deberá decidirse a modificar           su conducta de acuerdo a la luz recibida.

b)            Aceptando que el orden de Dios fue diseñado para su propio           bien y el del matrimonio. La esposa deberá ceder el control           del hogar y ocupar el lugar de sumisión y dependencia que Dios           le prescribió. Eso podrá incomodarle en un comienzo, pero           en definitiva traerá descanso y paz a su corazón.

c)            Creyendo, a la luz de la Palabra de Dios, que el hombre no fue creado           para la mujer, sino la mujer para el hombre.

d)            Aceptando que el marido que tiene no lo escogió ella, sino           que se lo dio Dios. Ciertamente, Dios no se ha equivocado al darle           el marido que tiene.

Hoy habia 6 visitantes¡Aqui en esta página!
Este sitio web fue creado de forma gratuita con PaginaWebGratis.es. ¿Quieres también tu sitio web propio?
Registrarse gratis